miércoles, 28 de octubre de 2009

La Semilla

LA SEMILLA

Por Begoña Rojo



"La Semilla, en la cual se halla en estado latente o potencial toda la planta, representa muy bien las posibilidades latentes en el individuo que deben despertarse y manifestarse a la luz del día. Todo ser humano es, efectivamente, un potencial espiritual o divino, idéntico al potencial latente en la semilla, que debe ser desarrollado o educido a su más plena y perfecta expresión, y este desarrollo es comparable en todos los sentidos al desarrollo natural y progresivo de una planta"
(Aldo Lavagnini).




El simbolismo de la semilla nos lleva directamente a los Misterios de Eleusis, en los cuales el iniciado estaba simbolizado en el grano de trigo echado y sepultado en el suelo para que germinara y se abriera, con su propio esfuerzo, un camino hacia la luz.




La espiga de trigo de los Misterios de Eleusis es símbolo de resurrección. El grano que muere y renace representa la iniciación. El mismo misterio está representado en Egipto por la muerte y resurrección de Osiris; Uno de los emblemas de este dios es precisamente la espiga de trigo.



Cada hombre lleva dentro de sí una semilla de luz, una estrella que por la ley de la armonía universal ansía unirse a sus semejantes. Saliendo de la oscuridad que le envuelve, se esfuerza, como una planta, por llegar hasta la luz.

Este anhelo, enraizado en él, le llama incesantemente, no le deja sosiego alguno. Y así lucha y busca, aunque ello conlleve a menudo sufrimiento, pues el camino hacia la luz está sembrado de obstáculos que han de ser superados. Estos obstáculos no son negativos ni enemigos nuestros, más bien hay que verlos como oportunidades que la vida nos brinda para medir nuestras fuerzas y a través de cuya superación aprendemos a crecer.


Imaginémosnos que todo nuestro Universo conocido, tanto material como espiritual, tanto exterior como interior, fuese la evolución y el desarrollo de una semilla en la cual, desde un principio, estaba grabada toda su potencialidad. La Ley, ese código inscrito en la semilla, tiene como esencia una voluntad que la impulsa a su propio cumplimiento, Es decir, la semilla de una rosa tiene como ideal el ser rosa. Esta es su verdadera voluntad. Y así ocurre con todo. El Universo entero, así como sus infinitas manifestaciones, sigue y cumple un plan de desarrollo y funcionamiento que expresa una ley omniabarcante. Se puede decir que el ideal, es decir, la voluntad individual inscrita en cada detalle del Universo, no sólo se limita a cumplir su misión individual, sino que automáticamente aporta su necesaria contribución al funcionamiento de todo lo demás. Esto es, todo está inseparablemente relacionado con todo de tal manera que el buen funcionamiento de cada cosa individual es necesario para la salud del organismo en su totalidad.



Observando este funcionamiento en la Naturaleza podemos decir que, en general, el 99 por ciento de las manifestaciones sigue fielmente su ideal sin apartarse del camino trazado por él. Parece que sólo el Hombre es aquí la gran excepción. Este hecho nos sitúa en una posición clave respecto al ideal y a la Voluntad Universal, ya que el ser humano es el único que tiene la libertad de ir incluso en contra de su propio bien y por tanto de su propio ideal y de su verdadera Voluntad. De hecho, esto es lo que más le caracteriza.
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El Hombre se aparta del mundo, se vive a sí mismo como algo escindido y comienza a sufrir. Ya sólo es capaz de identificarse consigo mismo, con una parte, en lugar de con la totalidad. ¡Pero es justamente este olvido de la totalidad, este aislarse y separarse del gran cuerpo cósmico, lo que ha hecho al hombre, hombre!



Sólo a partir de esta posición especial, a partir de la conciencia del sufrimiento que trae la separación, puede él ahora, animado por un anhelo implacable, sustentado por un recuerdo paradisíaco y con el fuego ardiente de un amor que todo lo vence, volver a conquistar la conciencia de su totalidad. Si llega a conseguirlo, entonces ha alcanzado su verdadera meta y con ello ha cumplido con el ideal inscrito en la semilla de su ser.



En el corazón de la semilla de luz está contenida la dualidad (yin-yang). Esta dualidad, que es base y fuente de todo movimiento y con ello de la vida, se expresa en nuestro símbolo por la germinación de la nueva planta. Hay un crecimiento hacia arriba, hacia la luz, y otro crecimiento hacia abajo, hacia la oscuridad. Estos dos crecimientos relacionan el Cielo con la Tierra, el futuro con el pasado y nos enseñan que lo uno no puede existir sin lo otro. El equilibrio dinámico del que todo emana se encuentra en la semilla.




El que no cree en un Creador o en una fuerza de la que todo emana, se quita a sí mismo la fuerza energética de la vida, sierra el tronco en el cual está sentado. Pero una vez entendida su función como hoja de árbol, es decir, cuando ha comprendido que proviene y depende con todas las demás hojas de un solo tronco, y cuando ve que éste, a su vez, procede de sólo una pequeña semilla, una semilla que guarda dentro de sí como su más alto ideal el plan perfecto de todo árbol, y también contiene toda la fuerza empujadora para llevar esta gran obra a la práctica, a su realización, es entonces cuando entiende que cada uno llevamos también dentro de nosotros parte de este gran plan. Es nuestro íntimo y más alto ideal ideal individual. Es a lo que aspiramos, es nuestra Verdadera Voluntad.



Todas las partes somos importantes y necesarias para el crecimiento y desarrollo: la evolución del organismo común. Es por esa razón que tenemos y portamos responsabilidad individual en nuestros diversos puestos de trabajo dentro de este árbol o templo humano que configuramos; dependemos uno del otro, y ninguno podemos funcionar o vivir sin la presencia y ayuda de los demás; y cuando mejor actuamos y cumplimos cada uno nuestro inscrito papel, es entonces cuando más se acerca "el árbol" entero a su propio ideal, nuestro ideal común.

Este ideal mora como una semilla en el corazón de cada uno de nosotros.





Fuente: Jan Semmel

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